... Para facilitarme el trabajo y dando rienda suelta ami gran espíritu consumista me adentré en mi sex shop femenino favorito.
Allí estaba ella, mi fresa, una gran esponja en forma de fresa, sumergible y con pilas incorporadas que la hacían vibrar. La cara de la señora de la caja invitaba a probar, olvida el stress, relajate, diviertete... ¿Por qué no? Había tenido un día de trabajo horrible y era lo que me pedía el cuerpo.
No contenta con eso, o no segura de que fuese a funcionar, compré también aceites de todo tipo: excitante, relajante... ; hierbas, incienso... y por si aquello no servía algunos productos de belleza, como mascarillas, exfoliantes... para darle un sentido al baño cleopatrico que estaba en puertas.
Mis compañeros de piso no salían de su asombro cuando me escucharon comentar que no debían molestarme mientras, entre risas, les enseñaba mi arsenal. Más tarde, en el baño y a luz de las velas les escuché comentar desde el patio de abajo, envidiosos, que debía estar en la gloria.
Fue un día especial, mis instrumentos hicieron su efecto. La fresa resultó ser un artilugio mucho más "excitante" de lo que imaginaba.
Comencé colocándola sobre mi pecho, la encendí y me sumergí en el agua cerrando los ojos, esperando. A medida que el agua la empapaba notaba más peso sobre mi pecho y las vibraciones que provocaba eran cada vez más placenteras. La conduje con las manos hasta mi sexo y la así con mis muslos. Llegué así al primer orgasmo de la velada. Hubo muchos más.
Probé distintas posturas descubrí el placer del agua entre mis muslos, como se introducía por mi vagina llegando a los lugares más recónditos y disfruté.
Probablemente me introduzca en breve en la bañera. Con el tiempo he ido necesitando menos ayudantes en mi ritual pero siempre se agradecen.
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